La publicación de hoy va sobre
una de las etapas más felices de mi vida, y sin duda, la que recuerdo con más
cariño. Para los que no lo sabéis, soy una catalana de corazón donostiarra.
Recuerdo el día en que mi padre
me dijo que dejábamos Barcelona por la pequeña San Sebastian. Me acuerdo de
llorar desconsoladamente. Dejaba mi colegio, mis amigos... lo que yo
consideraba mi vida. Ya lo había hecho unas cuantas veces antes, pero supongo,
que era la primera vez que era consciente de lo que ello significaba. La
pequeña yo, poco sabía lo que acababa de empezar.
A mi edad, he tenido la suerte de haber
viajado mucho y por todo el mundo. Doy gracias todos los días por ello. Viajar
y aprender es lo que más me llena, pero debo decir que si algún día tengo que
esconderme, buscarme en San Sebastián porque no fallaréis. Ante mis
ojos, no hay ciudad más bonita. Los paseos por la Concha, con lluvia, son mi
ritual. Las horas de lectura en el Peine de los Vientos de Chillida y, por
supuesto, los partidos de pachangueo en el parque de Sagués.
Se pueden diferenciar dos etapas
de mi padre en la Real Sociedad después de jugador. La primera etapa fue como
director deportivo. Esta fue una muy cómoda, donde la posición de mi padre
yacía en la casi total discreción. Todo se complicó en un momento, cuando la
Real entró en descenso. Se tomaron unas fuertes decisiones con cambios muy
significativos, entre ellos, poner a mi padre al frente del equipo como primer
entrenador. Sin duda, las presiones exteriores aumentaron igual que las
críticas hacia todo el equipo. Pese a las complicaciones, a continuación,
explicaré cómo lo viví yo.
Cuando me mudé allí, mi casa fue sin duda
Zubieta, la ciudad deportiva de la Real. Puedo verme corriendo por los
pasillos, aprendiendo todos y cada uno de los escondrijos que más tarde
utilizaría para jugar al escondite con el voluntario de turno. Justo en cuanto
mi padre acabara con el entreno. Haciendo pases con Mark González en la entrada
de los vestuarios, donde me enseñaba el arte de hacer una bicicleta y un caño.
Las tardes post-entreno en Anoeta, cuando Zubikarai, se quedaba para que le
pudiera tirar unos penaltis. Díaz de Cerio me enseñó que tenían que ir fuerte,
raso y al palo. Os diré algo, ¡no fallaba! Aunque ahora con el tiempo, empiezo
a pensar que Eñaut me ayudaba un poco a mantener mi invencibilidad.
Los abrazos de Xabi Prieto
siempre que me lo encontraba, acompañados de su "Lore txiki" (pequeña
flor), sólo él y mi madre me llaman así. El viaje a Londres. Me tocó Bravo como
acompañante de vuelo, creerme si os digo que antes de despegar ya dormía. Sólo
se despertó para pedirme que le pidiera un café... Menos mal que a mi otro lado
estaba Íñigo más aburrido que yo. Aprovechamos ese viaje para hacerle bromas al
dormilón, mientras perfeccionábamos la teoría de mi tiro de penalti. Y cómo no,
el día que estrené mi primer móvil y el señor Dado Stevanovic se dedicó a
mandarme mensajes haciéndose pasar por un enamorado secreto.
La verdad es que nunca he sido más feliz. Tenía la sensación de que era parte de algo muy grande, incluso, sin darme cuenta de lo que eso realmente significaba. Era feliz porque las personas que tenía a mí alrededor, también lo eran. Personas que tenían una postura en su vida, la de perseguir un sueño. Y hoy puedo decir que yo he sido parte de eso. Yo he crecido y he sido fuerte con ellos. A pesar de todo el daño que se intentaba hacer desde fuera, creamos un fuerte, una familia. Ahora sólo puedo recordar los ataques de risa, el cariño y el mimo del que en ese momento era un equipo muy humano, joven y feliz. Creo que fue entonces cuando aprendí que el fútbol es más que fútbol. Que el fútbol es un estilo de vida, mi vida. Y entendí su esencia, el por qué merece ser amado. El fútbol crea personas, momentos, vivencias y, sobre todo, ilusión.
La verdad es que nunca he sido más feliz. Tenía la sensación de que era parte de algo muy grande, incluso, sin darme cuenta de lo que eso realmente significaba. Era feliz porque las personas que tenía a mí alrededor, también lo eran. Personas que tenían una postura en su vida, la de perseguir un sueño. Y hoy puedo decir que yo he sido parte de eso. Yo he crecido y he sido fuerte con ellos. A pesar de todo el daño que se intentaba hacer desde fuera, creamos un fuerte, una familia. Ahora sólo puedo recordar los ataques de risa, el cariño y el mimo del que en ese momento era un equipo muy humano, joven y feliz. Creo que fue entonces cuando aprendí que el fútbol es más que fútbol. Que el fútbol es un estilo de vida, mi vida. Y entendí su esencia, el por qué merece ser amado. El fútbol crea personas, momentos, vivencias y, sobre todo, ilusión.
Por lo tanto, entendí que por muy
duro que sea un cambio y que incluso al final el resultado no sea el que uno
quiere, lo importante es lo que pasa por el camino. Con lo que tú te quedas de
cada experiencia y el efecto que tiene en ti como persona.
A partir de aquí solo puedo decir
una cosa, eskerrik asko.
Felicidades Lorea Vakero. Hermoso artículo. En gran medida somos el producto del ambiente en que crecemos, particularmente en nuestra infancia. Tuviste personas con Linda personalidad a tu alrededor y mira el resultado. Una hermosa flor (ya no tan chiquilla.) Congrats. Again. Two thumbs up.!������
ResponderEliminarFelicidades Lorea Vakero. Hermoso artículo. En gran medida somos el producto del ambiente en que crecemos, particularmente en nuestra infancia. Tuviste personas con Linda personalidad a tu alrededor y mira el resultado. Una hermosa flor (ya no tan chiquilla.) Congrats. Again. Two thumbs up.!������
ResponderEliminarMuy bonito articulo Lorea! Como donostiarra que lleva unos años fuera de casa me ha llegado mucho y me han parecido preciosos los sentimientos que describes. Aupa erreala!
ResponderEliminarUn abrazo desde Ingolstadt